Iglesia Ortodoxa Rusa (Patriarcado de Moscú)
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Anunciación de la Santísima Virgen María

La Gran Fiesta Duodécima de la Anunciación de la Santísima Virgen María, el día en que Dios se hizo Hombre, se celebra el 7 de abril (25 de marzo O.S.).
En este día, la Iglesia recuerda el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad: la Virgen purísima, hija de los justos, a la que habían consagrado a Dios desde su nacimiento y que ella misma se consagró enteramente a Dios, ofreció su sangre purísima como don de todo el género humano para la concepción del Dios-Hombre.

Así tuvo lugar este acontecimiento.

En el sexto mes después de la concepción de Juan el Bautista, Dios envió al Arcángel Gabriel a la Virgen María, que vivía en Nazaret. El ángel se le acercó y le dijo:
- ¡Salve, llena eres de gracia! El Señor está contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres (Lc 1, 28).
Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación.
Gabriel, continuando, dijo
- No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios y concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.
Dijo María al ángel
- ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?
El ángel le contestó:
- El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra y por esto el Hijo engendrado, será llamado Hijo de Dios. He aquí que también Isabel, tu pariente, concibió un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, porque con Dios ninguna palabra quedará sin poder.
Dijo María:
- He aquí la Sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lucas 1, 38).
Y se fue de ella el ángel.
La pureza de la Virgen es inconmensurable. Dios, a lo largo de la historia desde la creación del primer hombre, tomó al pueblo judío como un suelo fértil que limpió y lo preservó de malas hierbas de la incredulidad y la maldad, y, como un jardinero experto, hizo crecer en este suelo una hermosa Flor, capaz de dar un fruto precioso — el Salvador del mundo. El Espíritu Santo descendió sobre la virgen pura, y Ella se hizo aún más pura, Purísima, lista para recibir la semilla inmaterial — Dios Verbo. Era pura según Su propia pureza, tanto en cuerpo como en espíritu, y ahora, por obra de la gracia del Espíritu de Dios, se volvió ajena a toda contaminación y se convirtió en una Virgen divina y pura

En este vaso purísimo, renovado y adornado por Dios, descendió el Verbo de Dios y se hizo semilla y fruto en el seno de la Virgen. Así es como Dios se hizo hombre. Fue cuando el ser humano llamado María dijo al Creador «hágase» cuando el Verbo se hizo carne. Entonces el Poder del Altísimo (Dios Verbo) tornado en sombra, creó en María la naturaleza humana de sí mismo, Verbo Divino, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Así se cumplió lo incomprensible tanto para la mente humana, como para la angélica: la unión de dos naturalezas, humana y divina, en Una Persona.

La Santísima Virgen nunca pensó siquiera en el matrimonio, Su mente estaba constantemente dirigida a Dios y plenamente ocupada con Dios. Así lo confirman las Sagradas Escrituras, que dan testimonio de sus palabras dirigidas al Arcángel, que le trajo la buena noticia de la concepción y el nacimiento del Hijo.

Cuando la Virgen preguntó al Arcángel cómo serían la concepción y el nacimiento para Ella, que nunca había conocido a un hombre, él le dijo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35). El poder aquí es el Verbo de Dios, Dios Hijo, la Sabiduría de Dios: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios... Por Él comenzaron a ser todas las cosas, y sin Él no comenzó a ser nada de lo que comenzó a ser» (Jn. 1, 1, 3).

La Santísima Virgen concibió y dio a luz a Dios y al Hombre en una sola persona. Así se convirtió en la Madre de Dios en el sentido literal de la palabra. «¿Cómo no va a ser la Theotokos la que dio a luz a Dios encarnado de Ella?» — dice el Venerable Juan Damasceno. Habiendo llegado a ser la Madre de Dios, Ella se convirtió en Reina y Soberana, Señora de toda la creación sensible, terrenal y celestial. Pero al mismo tiempo sigue siendo criatura y sierva de su Hijo y Dios. Ella dio a luz al Sacrificio por toda la humanidad, pero como perteneciente a la humanidad, también dio a luz al Sacrificio por Ella misma. Su Hijo es Dios, Creador, Señor, Redentor y Salvador. Este acontecimiento clave no es sólo un encuentro, sino la fusión de lo terrenal con lo celestial. La fiesta de la Anunciación tiene lugar entre el jueves de la 3ª semana de Cuaresma y el miércoles de semana después de Pascua, por lo que su servicio divino tiene varios tipos. Normalmente, la víspera del 24 de marzo, en Vísperas, se leen las paremias a la Theotokos y se cantan los versos «El Concilio de los Eternos», especialmente queridos por los cristianos ortodoxos. La Vigilia de toda la noche, como el día de Navidad, consiste en la Gran Cena y los Maitines. En la polela se canta el maravilloso Magnificat de la Madre de Dios: «A Ti clamamos, oh Pura, con la voz del Arcángel: Alégrate, oh Graciosísima, el Señor está contigo». El canon de la fiesta, escrito como un diálogo entre la Madre de Dios y el Arcángel Gabriel, es admirable. Los estatutos prevén una procesión antes de que comience la Liturgia.

La liturgia de la fiesta propiamente dicha suele comenzar con las Vísperas, en las que se leen las parábolas sobre la aparición de Cristo (Éxodo 3: 1-8; Proverbios 8: 22-30). La liturgia de la Anunciación es siempre completa (normalmente de Juan Crisóstomo), aunque la fiesta caiga en Viernes Santo. En ella se leen las palabras apostólicas sobre el significado de la Encarnación de Dios para la liberación del poder del diablo (Hebreos 2: 11-18) y el relato evangélico de la Anunciación (Lucas 1: 24-38). El día de la fiesta, la Iglesia suaviza el ayuno. Si la Anunciación no cae en Semana Santa, se permite comer pescado.

Troparion, voz 4

Hoy es la gloria de nuestra salvación, / y la aparición del sacramento que ha sido desde siempre: / el Hijo de Dios, el Hijo de la Virgen, / y Gabriel predica la Gracia. / Y así también nosotros con él clamamos a la Theotokos: Alégrate, bendita, el Señor está contigo.

Kontakion, voz 8

A la victoriosa Theotokos Elegida, por habernos librado de la malvad, te damos gracias, siervos tuyos, oh Madre de Dios, pero, como poseedora de un poder invencible, líbranos de todos nuestros males, para que podamos invocarte: Alégrate, oh Novia consagrada.

Magnificat

Con la voz del Arcángel clamamos a Ti, Oh Purísima: Alégrate, Oh Bendita, el Señor está contigo.